Alexandra David-Néel
Alexandra David-Néel fue la primera mujer occidental en visitar Lhasa, la capital prohibida del Tíbet, a la que llegó en 1924, caminando y disfrazada de mendiga tibetana.
Eugenie Alexandrine Marie David nació en París en 1868. Fue hija única de un francés hugonote y una católica de origen escandinavo. Antes de los veinte años ya contaba en su curriculum con un libro de ideología anarquista prologado por Eliseo Reclús, un viaje en bicicleta a España, Italia y Suiza y estudios en la Sociedad Teosófica con Madame Blavatsky. Se dice que llegó a ingresar en la masonería. A los veinticinco ya había viajado a la India y a Túnez, donde estudió el Corán y practicó la religión islámica, apenas cinco años antes de que Isabelle Eberhardt anduviese por allí haciendo cosas parecidas.
Estudió música y canto, y su buena voz le permitió debutar como diva de la ópera de Hanoi, apadrinada por el compositor Massenet. De nuevo en Túnez, conoció al ingeniero ferroviario Philippe Néel, con el que contrajo matrimonio en 1904 y alcanzó el estatus anhelado por cualquier mujer de su época. Pero Alexandra no era “cualquier mujer”. Su relación con Philippe nunca fue mala, pero ella no estaba hecha para el matrimonio y siete años después, cuando tenía cuarenta y tres, hizo las maletas, dejó plantado al ingeniero, y emprendió rumbo a Egipto, y de ahí a Ceilán, India, Sikkim, Nepal y Tíbet.
En 1912, en Kalimpong, se conviertió en la primera mujer occidental en ser recibida por el Dalai Lama. En la India conoció al que sería su compañero de aventuras el resto de su vida, el joven tibetano de 14 años Yongden, al que adoptó años después. Viajó a Corea y Japón, donde tuvo como anfitriona a la esposa de D.T. Suzuki. Y vivió durante dos años en el monasterio chino de Kumbum, cerca de Mongolia, donde estudió los manuscritos budistasos y los monjes llegaron a considerarla una hermana a la que llamaron "lámpara de sabiduría".
Pero Alexandra tiene un reto pendiente: en su anterior estancia en Tíbet no pudo llegar a la capital, Lhasa, la ciudad prohibida. Decide emprender de nuevo la aventura y en 1921 parte con Yongden, tres sirvientes y siete mulas. El viaje es peligroso a causa de los bandidos, el durísimo clima y la complicada orografía, con pasos de montaña de 5.000 m de altitud. Por si fuera poco, los funcionarios chinos y tibetanos se dedican a obstaculizar el viaje. Todas las vicisitudes de esta expedición las narra Alexandra David-Néel en su obra Viaje a Lhasa. Por fin, después de tres años, disfrazada de mendiga tibetana, con el pelo teñido y el rostro oscurecido con grasa y hollín, llega a la ciudad prohibida. Solo su ahijado Yongden ha permanecido a su lado.
Alexandra permanece dos meses en Lhasa y luego regresa a París, descubriendo que se ha convertido en una celebridad. Escribe varios libros, entre ellos otra de sus obras más célebres, Místicos y magos del Tíbet. De todas partes la reclaman para dar conferencias. Pero no ha dejado de ser un culo de mal asiento y aún en 1938, les encontramos a ella -con setenta años- y a su fiel Yongden huyendo de la guerra civil en China a bordo de un vapor que remonta el Yang-tsé. En la India, un telegrama le trae la noticia de la muerte de su marido, con el que, curiosamente, no había dejado de mantener correspondencia durante todos esos años. La frase que pronunció entonces: “He perdido un maravilloso marido y a mi mejor amigo“, no deja de tener una difícil interpretación, dado que llevaba unos veintiocho años separada de él.
Finalmente se establece en Digne, en los Alpes franceses, donde sigue escribiendo una abundante producción literaria, siempre alrededor de sus viajes y lo que en ellos descubrió. En 1955 muere Yongden. En 1969, la víspera de su 101 cumpleaños y poco antes de su muerte, Alexandra acude a las oficinas municipales a renovar su pasaporte “porque nunca se sabe“. De mujeres así merece la pena enamorarse y marchar tras ellas a recorrer el Tíbet a pie.
En 1973 las cenizas de Alexandra y Yongden fueron arrojadas a las aguas del Ganges.
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