M. Gellhorn

Periodista corresponsal de guerra.

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Elizabeth Blackwell

Elizabeth Blackwell

Fue la primer mujer en doctorarse en medicina en Estados Unidos y su hermana Emily, la primera cirujana. En 1847, cuando contaba con 26 años de edad, tras ser rechazada por doce universidades, logró la insólita osadía de matricularse en la escuela de medicina de la universidad de Geneva, situada en el occidente del estado de Nueva York. La carrera que Elizabeth Blackwell comenzó ese día la llevó a la pobreza, al ridículo y al ostracismo social; pero también hizo de ella la pionera que abrió las puertas de las escuelas de medicina a las mujeres en muchas partes del mundo. A pesar de la enorme hostilidad que encontraba en todos los ámbitos, Elizabeth perseveró en su propósito y en 1849 se graduó a la cabeza de su clase. Su aspiración era ser cirujana. Como ningún hospital norteamericano quiso admitirla de prácticas, se fue a ParÍs muy esperanzada, pero sufrió un duro desengaño, pues los médicos franceses no reconocieron su diploma. “Matricúlese en la Maternité y estudie obstetricia”, le aconsejaron. Lo cual hizo. Terminados sus estudios en Europa, Elizabeth regreso a Nueva York a ejercer su profesión. Pero ninguna casa de huéspedes respetable la quería recibir. “Si permito que aquí viva una mujer médica puede haber una revuelta que arrase mi casa y me deje en la calle”, dijo la dueña de una pensión neoyorquina: Elizabeth tuvo al fin que comprar casa propia, con dinero prestado. Un grupo de señoras cuáqueras fundaron un pequeño dispensario en uno de los barrios más pobres de Nueva York, poniendo al frente a Elizabeth, que pronto tuvo abundante clientela, ya que aquella gente desamparada era demasiado pobre para permitirse el lujo de tener prejuicios. Sin embargo, cuando salía a visitar enfermos, los hombres la importunaban en la calle. "Muy duro es vivir haciendo frente al antagonismo social de toda clase, sin mas propósito que un propósito elevado”. Su espíritu activo y emprendedor le condujo a fundar el primer hospital del mundo dirigido enteramente por médicas para servir a enfermos pobres que vivían apiñados en viviendas miserables, para los cuales no daban abasto los hospitales municipales. Tal institución ofrecería a las jóvenes que estudiaban medicina la oportunidad de recibir la instrucción práctica que otros hospitales les negaban. Durante seis años trabajó en la pobreza y el aislamiento profesional, pero su situación comenzó a mejorar cuando un conocido periódico de Nueva York envió a uno de sus reporteros a entrevistarla, y un prestigioso médico elogió su labor. Con 10.000 dólares, donados casi en su totalidad por el famoso predicador Henry Ward Beecher, Elizabeth, abrió en mayo de 1857 las puertas de la Enfermería de Nueva York para mujeres y niños, que todavía hoy sigue abierta. Elizabeth estaba segura de que el sol, los alimentos sanos y abundantes, el aire fresco y el agua pura, impedirían muchas enfermedades y ayudarían a curar otras que los médicos trataban de curar con remedios desagradables. Nombró a la doctora Rachel Cole, una de sus compañeras en la dirección de la enfermería, visitadora sanitaria. La doctora Cole, primera mujer de color que se graduó de medicina en los Estados Unidos, enseñaba a las madres inmigrantes el modo apropiado de alimentar a sus niños de tierna edad, así como las virtudes del jabón, el aire fresco y la luz del sol. Su labor inició el sistema moderno de las enfermeras visitadoras. En 1867 ya Elizabeth había establecido una escuela de medicina para mujeres, unida a la enfermería. La fama de la escuela se fue extendiendo por todo el mundo. Un día recibió Elizabeth la visita de un emisario del zar de Rusia que deseaba visitar la institución. Veinticinco señoritas rusas que habían leído la obra de la doctora Blackwell pedían admisión en las escuelas de medicina de San Petersburgo. Se supo luego que una joven había empezado a estudiar medicina en una escuela de Argel. Poco después se recibió una carta del gobierno sueco que pedía información, a causa de que en Estocolmo había quince mujeres que querían estudiar medicina. En Inglaterra, sin embargo, a las mujeres que deseaban estudiar medicina aún se les hacía una fuerte oposición. Elizabeth fue a ayudarlas, dejando el hospital y la escuela en manos competentes. Pocos meses después de su llegada, la oposición pasó de la censura a la violencia. A siete muchachas llamadas en la prensa “las siete sinvergüenzas”, que se habían atrevido a matricularse en la escuela de medicina de la Universidad de Edimburgo, los enfurecidos estudiantes les atacaron y les lanzaron barro. Hubo una investigación seguida de expulsiones; pero los expulsados no fueron los estudiantes alborotadores y agresivos, sino las mujeres. “Funden ustedes mismas una escuela de medicina”, fue el consejo de Elizabeth. Ella les ayudó a conseguir el dinero y a formar el plan de estudios para la Escuela Londinense de Medicina para Mujeres, institución en que aún cursan estudios alumnas de muchas partes del mundo. Para difundir sus ideas sobre la prevención de las enfermedades, fundó la Sociedad Nacional de la Salud, a la cual puso por lema: “Es mejor prevenir que curar”. Cuando dio una serie de conferencias a los obreros de Londres, su exposición fue tergiversada por ciertos patronos que no querían que sus trabajadores se sintieran descontentos de las condiciones en que vivían, y la prensa le injurió con ataques calumniosos. Esto, naturalmente, no le amedrentó, y tuvo la satisfacción de ver la enseñanza de la higiene establecida en todas las escuelas públicas de Inglaterra. Escribió acerca de los sufrimientos de los obreros de las fabricas de fósforos, constantemente amenazados de muerte por los vapores venenosos; de los traperos, expuestos a un sinnúmero de contagios; de los trabajadores de las fabricas de ropa, encerrados durante largas jornadas en cuartos sin ventilación. Iba a la vanguardia en la lucha por el seguro contra la enfermedad y la vejez, por el mejoramiento de las viviendas de los pobres, por las cooperativas para disminuir el precio de los víveres. Se atrajo de nuevo la censura y los improperios de los fariseos y escandalizadores escribiendo sobre las enfermedades venéreas, asunto que los facultativos de entonces rara vez se atrevían a tratar ni aún en las revistas medicas. Falleció en 1910, a los 89 años de edad, habiendo realizado su sueño de abrir la puerta de la profesión médica a las mujeres. Fuente: Federación de Mujeres Progresistas

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